Cuesta darte cuenta de tu propio progreso
al ser un ente constante, no el observador sino parte del ente transformado.
Una contemplación extracorpórea de tu pasado puede llevarte al reconocimiento del cambio
Salí de mi cuerpo y observé
que los dedos temblorosos
ahora eran firmes
que ya no salían hormigas de mi boca a recorrer la corteza de mi rostro
que el vaivén de las olas de mi voz era mar en un día sin viento
que el abril que recorría mis costados
pasaba a ser agosto
los fulminantes ojos pasaron de hienas a ciervos
me siento en un lienzo plasmado de mis recuerdos
antes tortuosos, ahora anodinos
y no comprendo por qué una sola grieta provocó un seísmo
la tierra, antes quebrada, regada por las alas del enunco
Páramo custodiado por ninfas y florecido por rosas y frutos
jardín de mis recuerdos, tristes, olvidados, desechados
antología de una vida condenada al desengaño
Antología de una vida que parecía condenada al desengaño. En realidad, no hay condena ni desengaño en la escuela infinita de la vida; cada momento es un aprendizaje y todos, sin excepción, somos eternos alumnos. La vida nos enseña con cada amanecer que el desengaño es sólo una ilusión pasajera y que, en cada caída, florece una nueva oportunidad de crecimiento y sabiduría.
Hasta que una tarde, de entre tantos días ya vividos, diste vuelta el rostro, miraste hacia atrás y descubriste que no eran desengaños, sino sabiduría lo que cargaban tus espaldas. Cada paso, cada caída, cada ilusión rota se transformó en un mosaico de aprendizajes, revelando que en la escuela llamada vida, todos somos constantes alumnos, enriquecidos por las lecciones del pasado.
Bella Vida, Paola